viernes, 18 de marzo de 2011

La ambición (en el buen sentido de la palabra). 1ª Parte




La Ambición (1ª parte).-
(en el buen sentido de la palabra, es decir, aspiraciones y deseos de mejorar)

“Pobre es quien no está satisfecho y rico quien se contenta con lo que tiene y disfruta de cuanto los demás poseen”
“EL mundo está lleno de dolor que genera sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el deseo. Si quieres arrancarte esa clase de dolor, tendrás que arrancarte el deseo” (Buda)
“Para nuestra avaricia lo mucho es poco, y para nuestra necesidad, lo poco es mucho” (Séneca).
El mundo se mueve por tres “g”: El ansia de ganar, el ansia de gastar y el ansia de gozar ganando y gastando.
“No se pueden criar las águilas para tenerlas encerradas en gallineros” (historia del huevo de águila en un corral de pollos).
Definición de ambición: “Deseo ardiente de conseguir poder, riqueza, dignidades o fama”.
El problema de la ambición no está en el loable deseo de prosperar, ni en la inquietud sana por aspirar a un mejor nivel de vida, dentro de unos límites razonables, sino en llegar a convertir la propia existencia en lucha, violencia y actividad febril por las riqueza, el encubrimiento personal, las alabanzas, las admiraciones,...
La ambición sin freno, la ambición como conducta y estilo de vida, no sólo es uno de los más graves impedimentos de la felicidad humana, sino que puede llegar a empobrecer y destruir el corazón del hombre y sus más nobles sentimientos.

Los hombres ambiciosos en ente sentido negativo piensan que les va a ser posible comprar la felicidad, aferrados a un desesperado desasosiego que les incapacita para vivir y disfrutar el presente, en espera de un porvenir que jamás se hace realidad. La verdadera felicidad no se compra ni tiene precio y está tan a la mano del pobre como del rico, está tan próxima a nosotros que la encontraríamos en nuestro derredor si supiéramos aceptar nuestra realidad de buena voluntad, en paz y armonía con nosotros mismos.

No hay un camino que nos lleve a la felicidad, ya que sólo nos está permitido descubrirla, cultivarla y disfrutarla mientras hacemos el camino. La ambición que empobrece al corazón humano y destruye los sentimientos más nobles es la que viene engendrada por el egoísmo, la vanidad y el loco afán de imitar a los demás y aventajarles en lujo y ostentación. Pero lo grave es que quien se deja embriagar por la ambición desenfrenada terminará por sacrificar a su propia familia, su hogar sus amigos, su salud y su bienestar: Y es que la ambición malogra, antes o después, las aspiraciones elevadas y sofoca cuanto de noble, delicado, sensible y bello hay en su carácter.


La legítima y loable ambición

Existe, sin embargo, una loable y legítima ambición, aspiración o deseo de superarse y mejorar, de cuyo logro deriva la verdadera felicidad que ennoblece y dignifica al hombre. Es la de aquel que procura ser útil a la humanidad, que se esfuerza en luchar contra la ignorancia, en contagiar a los demás sus ideas y actitudes positivas, llenas de esperanza y de confianza en sí mismo y en el prójimo. En definitiva, es noble ambición establecer un reto constante consigo mismo de superación para el logro de las condiciones materiales más idóneas que permitan servir provechosamente a nuestros semejantes. La legítima y loable ambición no está en la satisfacción sin medida de los deseos ni en el halago constante de los sentidos o en buscar afanosamente la felicidad en exclusiva para sí mismo, sino en el fomento y desarrollo de nuestra naturaleza espiritual, sembrando alegría, jovialidad, amor y servicio desinteresados.
Casi siempre es por falta de elevadas ambiciones, nobles aspiraciones, como entusiasmo, esfuerzo y perseverancia, voluntad y un motivo que dé sentido a !a propia existencia, por lo que fracasan quienes se olvidan de vivir cegados por la raquítica ambición de atesorar riquezas y honores.
Es fácil desenmascarar la ambición perniciosa y desmedida de la ambición legítima y loable. La primera viene marcada y definida por el egoísmo y el afán sin medida de acaparar riquezas, honores y poder para sí, no importa por qué medios, admitiendo engaños, sobornos, injusticias. El otro es un enemigo, un competidor a quien tengo que engañar. Debo ser más inteligente y perverso que él para arrebatarle lo que tiene y sumarlo en mi haber. La segunda es una ambición noble que tiene como marca de clase bien definida la generosidad y el bien de los demás.
Los bienes, riquezas y honores que se obtienen, siempre por medios dignos, no se quedan en el sujeto como exclusivo dueño, sino que revierten sobre la sociedad, contribuyen a reducir los niveles de pobreza, a elevar la preparación cultural y profesional, a promover el bien común, a hacer el bien...
Si, como afirmó Marco Aurelio, «nuestras vidas son la obra de nuestros pensamientos», sembremos en las tiernas mentes de nuestros hijos pensamientos de generosidad, de optimismo, de actitudes positivas, de comprensión y entrega a los demás, de nobles aspiraciones y deseos de mejorar, para que sepan elegir el camino de una legítima y noble ambición.
  Ángel-Dandy

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