La mirada hacia el interior
«Los hombres de hoy día viven hacia fuera, olvidando la vida interior», dice el eminente psicólogo José Luis Pinillos. Esta es una de las mayores diferencias entre el hombre oriental y occidental. Es imprescindible la reflexión serena de la mente, la mirada limpia y profunda que escudriñe nuestros afectos, sentimientos y actitudes, a fin de llevar la paz y el equilibrio a nuestro espíritu, proyectando nuestra existencia desde la autenticidad del más puro y noble entendimiento con nosotros mismos. La forma de ver tanto la propia realidad como la realidad de los demás dependerá de la guía interior, que sirva de punto de referencia a nuestras conductas.
La carencia de valores en el mundo de hoy obedece, sin duda, a que prácticamente todos vivimos hacia fuera y estamos olvidando el cultivo de la vida interior. Hemos perdido el instrumento más valioso para construir nuestros ideales, y es conocernos a nosotros mismos.
Dice el doctor R. Carballo que «por muy a prueba que sometan las circunstancias al hombre, la principal prueba del hombre consiste en enfrentarse consigo mismo». Nos conocemos mal porque eludimos en lo posible mirar a nuestro interior y enfrentarnos a nuestra propia realidad. Es más cómodo echar mano a mecanismos de defensa, a la disculpa y al autoengaño.
El hombre de hoy flota a la deriva, sin convicciones, sin firmeza, sin horizontes... El gran vacío moral que le caracteriza le está llevando a convertirse en el peor enemigo de sí mismo, atenazado por la ambición, las riquezas, la fama y el afán de aparentar. Sin esa necesaria mirada, serena y profunda, hacia el interior de nosotros mismos, cada vez seremos más vulnerables y fáciles de manipular mentalmente por el entorno. «Si quieres algo bueno, búscalo en ti mismo», decía Epicteto. No hay duda de que conocerse a sí mismo conduce al hombre a convertirse en el artífice de su propia vida.
Existen en cada ser humano, en estado latente, infinitas posibilidades de perfección, aptitudes y cualidades que han de ser despertadas y cultivadas al más elevado grado de perfección para que podamos hacer el mayor bien que seamos capaces de realizar. Conocernos a nosotros mismos nos lleva, además, a los niveles más altos de perfección a que nos es posible aspirar en esta vida. Nuestro fin, como el fin de la humanidad, en palabras de Renán, «no es la aventura, sino la perfección intelectual y moral». Ese perfeccionamiento individual que, como alguien ha dicho, «no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer bien las cosas ordinarias».
Autodominio mental
Hemos visto que el primer objetivo que nos hemos de proponer para el logro de un perfecto autocontrol es conocernos a nosotros mismos, mediante la introspección y la reflexión retrospectiva sobre nuestra realidad existencial, nuestras aptitudes y valores. Ahora abordamos la segunda condición para el autocontrol, que es el dominio de sí mismo, de la impulsividad y de la tensión mediante el autodominio mental.
Los actos de autodominio mental por los que dirigimos nuestros pensamientos de forma positiva y saludable hemos de convertirlos en hábitos, en actitud serena que facilite el control de los impulsos, la ponderación, la reflexión y la calma.
Pensar bien antes de hablar y obrar, sin exaltación y sin permitir que la sobrexcitación de los impulsos y sentimientos nos haga perder el control sobre nuestras palabras y acciones es un objetivo imprescindible para todo ser humano que aspire a la felicidad y al equilibrio mental y psíquico.
Decía Goethe que “el hombre se libera de todos los poderes y ataduras que encadenan al mundo cuando adquiere el dominio de sí mismo”. Y es que todo aquello que digamos o hagamos de manera impulsiva e irreflexiva está condenado al fracaso y nos perjudicará en mayor o menor medida. Es fundamental, por tanto, habituarnos a encarar las cosas con reflexión, calma y serenidad de juicio. La Biblia está llena de consejos y sabias sugerencias que apoyan de forma directa y clara el autodominio mental. Veamos algunos del libro de los Proverbios: «Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda» (Pr 25, 28). «El que tarde se aíra es grande de entendimiento, mas el corto de espíritu engrandece el desatino» ( Pr 14,2 9).
(Continuará)
Recibe un abrazo de Paz.
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