Con sus parábolas, Jesús, trata de acercar el reino de Dios a cada aldea, a cada familia, a cada persona. Con las parábolas de Jesús “sucede” algo que no se produce en las minuciosas explicaciones de los maestros de la ley.
Jesús hace presente a Dios irrumpiendo en la vida de sus oyentes.
Sus parábolas conmueven y hacen pensar; ocan su corazón y les invitan a abrirse a Dios; sacuden su vida convencional y crean un nuevo horizonte
para acogerlo y vivirlo de manera diferente.
La gente las escucha como una “buena noticia”, la mejor noticia que pueden escuchar.
La escena nos presenta a Jesús hablando con gente poco
recomendable: pecadores públicos y recaudadores de impuestos, ante el
escándalo de la gente onsiderada de orden y de bien: los fariseos y los letrados.
En tiempo de Jesús, compartir mesa era una forma especialmente íntima de
amistad y solidaridad. or ningún motivo se podía compartir mesa con alguien de clase inferior y mucho
menos con alguien cuya conducta no se aprobara.
Jesús se hace cercano a los indeseables y escandaliza a los fariseos.
Ellos también están invitados. Jesús no excluye a nadie.
La alegría del Padre, como toda alegría, busca compartirse y
comunicarse. Organiza una fiesta. Acoge, sienta a su mesa, regala comunión
fraternal, alegría, libertad y vida.
El “hijo menor” ha acogido ya el amor del Padre. Su vida sin sentido y sus
carencias le han ido conduciendo a los brazos del Padre que le esperaba sin
condiciones. Recupera su dignidad de hijo, sin tener que soportar un
interrogatorio humillante ni ningún escarmiento. No hay castigo ni penitencias.
Hay alegría y fiesta.
Es la gracia verdadera, la gratuita; el amor no se paga, se disfruta y se
celebra.
“Si el hijo hace mal, la madre no se indigna, se apena.
Si el hijo “vuelve”, la madre no perdona, se lleva un alegrón”. (J.E.Galarreta)