(Ponte a su altura)
Prácticas más comunes que reducen la Autovaloración positiva
Sorprender siempre a los hijos cuando se están comportando mal y no atenderles cuando realizan obras meritorias. | |
Calificarles de malos y torpes por cometer errores. Los repetidos mensajes del adulto denunciando la maldad del niño llegarán a convencerle de que él no es capaz de buenas acciones. | |
Transmitir al niño constantemente la idea de que le falta algo, de que es incompleto, de que tan sólo es un aprendiz de persona. | |
No permitirles pensar por sí mismos y no darles responsabilidades. Si les enviamos constantes mensajes dando a entender que no creemos que puedan hacer correctamente las cosas y ni tan siquiera les permitimos intentarlo, estamos dando ocasión a que nuestros hijos abriguen muchas dudas sobre sí mismos. | |
Ofrecer a nuestros hijos una imagen pobre sobre nosotros mismos, Infravalorándonos, mostrándonos poco competentes. | |
Criticarles constantemente cuando cometen errores, en lugar de sugerirles soluciones y enseñarles a descubrir las causas que les condujeron al fracaso. | |
Hablar de los hijos cuando están presentes, pero ignorándolos, como si no fueran personas, como si su presencia no contara para nada. | |
Evitar el contacto físico y mantener demasiado las distancias. La carencia de muestras físicas de afecto conduce inexorablemente al niño a interiorizar la noción de que no es digno de que se le abrace y se le quiera. |
Como incrementar la Autovaloración (como por ejemplo en los hijos)
Tratando a cada hijo como ser humano único e irrepetible. Respetar esa condición única de cada niño incluye evitar comparaciones y permitirle ser diferente y mostrarse distinto; los padres debemos dar ejemplo de respeto a nosotros mismos. Tratamos con respeto y exigimos respeto; hemos de darles oportunidades de tomar decisiones y ser responsables. Confiarán en sí mismos, sintiéndose capaces de obrar por su cuenta; hacerles comprender que ellos no son lo que hacen Cualquiera es valioso independientemente de sus obras; elogiar, animar y albergar esperanzas en lugar de criticar; mostrarse alegres y positivos ante las dificultades y contratiempos y enseñarles a disfrutar de todo cada día y por las cosas más pequeñas; si es verdad que «llegamos a ser lo que pensamos», los educadores (padres, profesores,... que son las personas más importantes para los hijos, tienen en sus manos la posibilidad de que piensen positivamente, que crean en sí mismos.
Los demás son el espejo en que nos miramos para descubrir que somos alguien en su consideración, que somos el primer valor que descubrimos y en el que debemos creer. Pero también es cierto que, en la medida en que nos valoramos a nosotros mismos, aprendemos a valorar y a apreciar a los demás.
Hay un proceso distorsionador de la realidad que es la sublimación, el idealismo con que a veces hipervaloramos a las personas o cosas. Es típico el caso del adolescente que idealiza a la mujer que hace objeto de su primer amor. Alguien ha dicho que el enamoramiento hace estúpidos a los enamorados. Pero, sin llegar a juicio tan peyorativo, la experiencia tiene que mantenernos dentro de los límites de un sano realismo. La cancioncilla popular corrige: «Dicen que el amor es ciego, pero nadie besa a una pared». Y Martín Descalzo nos aconsejaba: «Quien se desposa con una ilusión, dará a luz un desengaño».
El sentimiento no debe ofuscar nuestro aprecio por las personas ni para sobrevalorarlas ni para infravalorarlas. «No hay hombre grande para su ayuda de cámara», enseña la sabiduría popular. Pero, aunque la cabeza nos haga corregir el impulso estimativo de nuestro sentimiento, podemos y debemos admitir la crítica ajustada a la realidad para apreciar a las personas sencillamente tal como son, sin deformaciones ni idealizaciones.
Una madre ama a todos sus hijos con un amor especial, cada uno de ellos es «hijo único» en el amor de su madre; pero es capaz de quererlo más allá de sus defectos o limitaciones. Cuanto más necesitado esté un hijo, tanto más le manifestará su aprecio.
Podemos apreciar al prójimo sin por ello cerrar los ojos a la verdad, sin comulgar con ruedas de molino; pero la prudencia, la caridad o el sentido común nos harán callar en muchas ocasiones o nos permitirán hablar en su defensa a loa según convenga.
Sucede con frecuencia que prestamos más atención al alumno que más destaca, al más agraciado, al más capacitado. Mientras que el niño tímido, el inseguro, el que no confía en sí mismo pasa inadvertido para nosotros o apenas le hacemos caso. Es un error educativo que hemos de evitar cuidadosamente, dirigiendo nuestra palabra a aquel que más le cuesta hablar, sonriendo al huraño y aplaudiendo los pequeños logros que vaya obteniendo el niño falto de seguridad.
«De hombre a hombre no va nada», dice el castizo, pero siempre ha habido diferencias y en nuestra estima hay acepción de personas y manifestamos fácilmente nuestras preferencias por unos postergando a otros. «No hay hombre grande...», acabamos de decir; pero también es cierto que «no hay hombre pequeño», que a ninguno podemos considerar inútil.
El gran patriarca del monacato occidental, San Benito, dejó escrito en su regla más o menos estas palabras: «Y con frecuencia el superior escuche al inferior, porque muchas veces Dios descubre las cosas más grandes a las almas más sencillas».
Ángel-Dandy
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